lunes, 31 de diciembre de 2012

Nuevo año


Tras la ventana, la niebla brotaba abrumadora, espesa, como una densa capa de pesadumbre, difícil de quitarse de encima. Una bonita estampa navideña. Las luces se habían ocultado tras su rostro sereno pero gélido que empapaba de melancolía cada rincón.

El silencio dominaba las calles. Pequeños aullidos se oían en la lejanía, rompiendo la aparente quietud que se había instalado sin previo aviso ni autorización. En la oscuridad de la invernal tarde se dibujaron algunas sombras pálidas, sedientas de la tan perseguida felicidad típica de aquellas fechas. Sin embargo, los pocos rostros que se dejaban ver en la austeridad de las calles vacías, mostraban una mirada cansada y poco exaltante de alegría. ¿Acaso nadie más podía percibir sus inquisitivos ojos pidiendo redención y consuelo? Era de suponer que ellos no disponían del tiempo suficiente para robarles un fugaz atisbo. Sin embargo, no hacían más que tropezarse con esas figuras molestas que les impedían caminar al ritmo rápido al que ellos acostumbraban.

Ellos, que tan estrepitosamente pasaban la Navidad. Que tanto llenaban sus estómagos saciados del exceso de placeres inconmensurables. Necesitaban sentir esa inmensa plenitud al hinchar sus prominentes barrigas para compensar las carencias de una vida demasiado colmada de bienes, falta de verdaderas emociones. Les encantaba jugar al derroche, era su debilidad. Cuanto más sobraba, más desechaban. Y en aquella peculiar partida de egoísmos, luchaban entre ellos para tener cada vez más. Qué paradoja.

Llenaban sus enormes agujeros negros de aburrimiento, con vanas distracciones que les alejaban de una realidad hacia la que no querían mirar. Ahora estaba claro porque nunca veían. No querían. Tenían otras cosas mejores con las que entretenerse, la mayoría de las cuales quedarían en el olvido una vez llegaran otras mejores. Siempre había algo que incrementaba su ansia por inflarse en el mundo de las necesidades inventadas. Qué disparatada imaginación tenían. Habían creado un sofisticado recurso de evasión que les convertía en almas aparentemente sanas y satisfechas. Pero la realidad es que les había consumido el monstruo del conformismo. Les había consumido el tedio de consumir sin esfuerzo, de conseguir sin trabajo.  Solo querían aquello de lo que no podían disponer. Todo lo que ya poseían era algo que quedaba relegado a la cotidianeidad y a lo que no prestaban la más mínima atención. ¿Para qué molestarse en preocuparse si ya lo tenían atenazado entre sus poderosas manos? Tan plenamente seguros de la fuerza con la que lo agarraban, que no daban opción a la libertad de la escapatoria. Lo que era suyo, era suyo y de nadie más.

Se habían establecido posesiones de las que se alardeaba y con las que se instaba a la batalla; al fin y al cabo, una guerra más que menos no iba a cambiar el mundo. En sus mentes, estaban relegados a la imposibilidad de que las cosas pudieran ser diferentes y habían terminado por creer que debía ser así. Nunca nada tiene que ser de una única forma determinada. Siempre hay otras alternativas, otras posibilidades. Por eso existe la creación, la voluntad, la convicción y el cambio.

Por eso, hoy, último día de un año más, es un buen momento para empezar a creer. Tan bueno como cualquier otro, pero quizás al cerrar una etapa más en nuestras vidas, somos capaces de mirar atrás, hacer balance y proyectarnos hacia lo que queremos ser. Creer en nosotros mismos y no en las circunstancias. Hoy se piden muchos deseos, se declaran muchos propósitos y demasiadas voluntades de cambio. Hoy se pisa con el pie derecho y se abraza con fuerza a quienes más amamos. Hoy se ríe y se baila. Se hace aquello que nunca nos hemos atrevido. Se bebe más de la cuenta. Quizás para olvidar, quizás para dejar de recordar o simplemente para celebrar. Hoy es la noche en que todo está permitido. Sobre todo, la noche en que reina la alegría. Y, ¿por qué no siempre así? ¿Por qué no estrechamos ese lazo de fraternidad los 364 días restantes? ¿Por qué no convertimos esa esperanza, esas ganas de conseguir, esa eterna sensación de fiesta en una rutina diaria?

Y, porque no, bajarnos de vez en cuando de nuestra veloz noria y detenernos a mirar a nuestro alrededor. Probablemente nos encontremos con muchas personas que nos necesitan, muchas para las cuales somos especiales, importantes. Seguro que más de las que inicialmente habíamos calculado.

Así que no dejes de felicitar. Felicíta a cada una de ellas por ser como son, por cuidarte, por mimarte, por quererte incondicionalmente a pesar de las dificultades que hayan surgido en el camino. Felicítalas por estar siempre ahí. Y, quédate a su lado para celebrarlo juntos, no solo esta noche, sino todas las noches del año.
FELIZ 2013 

   
                                                                                                                    G.Ferestradé

viernes, 28 de diciembre de 2012

Solo ella



Ella. Siempre ella. Se arrastra silenciosa, inmutable, imperturbable con su innata elegancia misteriosa, como una ligera brisa marina que aturulla la razón y embota los sentidos. Se desliza rauda sobre su escenario, dejando tras ella un leve aroma a desazón.

Es fría como el hielo, pero quema si permanece mucho tiempo cerca de un alma solitaria. Quizás es su mejor forma de vengarse de todos aquellos que alguna vez la hemos sentido y nos hemos querido deshacer de ella lo más pronto posible. Quizás es por eso que no es nada amigable.

Araña el corazón y chupa la sangre como un vampiro en mitad de la noche, deseosa por arrancar vida. Inunda de sombras cada duda, cada escollo, cada ruptura en nuestra voluntad de deseo.

¿Y, es que, acaso nos hemos parado a escucharla? ¿Alguna vez nos hemos preguntado el origen de su aparente desagradable sensación?

Ella. Nos alivia como un bálsamo calmante que cicatriza las heridas y las mece sobre el vaivén de la memoria. Nos abraza con sus tentáculos insolventes e incondicionales.

Nuestra más preciada compañía. Nuestro espejo hecho añicos. Nuestra imagen emborronada tras un sueño roto. ¿Acaso hay alguien que no la conoce? Sobre ella vertimos toda clase de frustraciones y miedos. A ella es a quien propinamos todo tipo de golpes; golpes que nos negamos a asestarnos a nosotros mismos.

Es el reflejo amargo de nuestras ambiciones deshechas por la falta de valentía para enfrentarnos a lo que queremos ser.

¿No sería mejor pasar más tiempo con ella? ¿No desahuciarla tan rápido de nuestros pensamientos? ¿No es sino, una fuente de conocimiento propio que nos permitiría escuchar entre el ruido de la vorágine en la que vivimos atrapados?

De ese modo, conseguiríamos vernos con mayor claridad. Apartar la oscuridad en la que vivimos inmersos y dar un poco de luz a nuestra realidad. Porque, tal vez, su compañía sea la mejor forma de dejar de estar solos.

Su nombre es soledad y vive en cada rincón, escondida, esperando el momento adecuado para ser llamada y acudir en nuestro rescate.

A veces preferimos vivir la intensidad verdadera de la realidad, el misterio de la incertidumbre del devenir de la vida en función de nuestras elecciones o las emociones fuertes palpables físicamente que la abstracción de los sentimientos, que implica adentrarse peligrosamente en la senda de nuestro propio yo. Evitamos intimidar con nuestra soledad por si nos visita frecuentemente.

      
                                          Foto: Gema Fernández
                                                                                                  G.Ferestradé

sábado, 22 de diciembre de 2012

¿Quién dijo miedo?


¿Qué es el miedo sino una barrera protectora frente a nuestras propias limitaciones? ¿Qué es sino un impulso represivo frente al desconocimiento de una posible frustración? ¿Qué es sino un ladrón de nuestras ambiciones? ¿Qué logramos inhibiendo la parte más envalentonada de nuestra naturaleza? ¿Adónde queremos llegar?

Algo te aplaca los sentidos, te ciega el instinto de la fe personal, te desmorona los esquemas de tus objetivos, te conduce por la peligrosa senda de la desmotivación total y absoluta y te lleva a perder: perder ganas de ganar, perder ganas de aprender, perder ganas de luchar.

Miedo no, tan solo precaución, en este mundo abocado a las pasiones dirigidas por mentes controladoras, a los sutiles cuentos de reflexión racional, teñidos de dominio masificado a través de baratas oportunidades de autorrealización.
Miedo no, tan solo firmeza ante los débiles cimientos idealistas sobre los que sustentamos nuestras aspiraciones en un terreno de arenas movedizas en un medio hostil.
Miedo no, tan solo respeto frente a lo desconocido que sobrevuela el cielo y puede posarse sobre nuestro hombro, abriéndonos un camino hacia lo inexperimentado.

¿Qué es sino aquella máscara que nos ponemos para evitar que vean nuestro verdadero rostro? ¿Aquella capa de héroe que impide ver los destellos de la fragilidad que nos embarga cuando la lucha nos sobrepasa?

                                     Foto: Gema Fernández
                            
                                                                                                  G.Ferestradé

domingo, 16 de diciembre de 2012

Fuera de tiempo


Había olvidado cómo detener el ritmo de su acelerada carrera a contracorriente. Trepaba y trepaba sobre los días del calendario, cuyas hojas se deslizaban impetuosas y raudas sobre su piel de acero, imperturbable, metálica. No recordaba la indescriptible sensación de euforia al conectar su antorcha llameante de latidos incansables con los de otro fuego cercano fundiéndose en un gran incendio, después de la chispa inicial invisible a la retina humana.
Hacía tiempo que no saboreaba la belleza de las palabras plasmadas, ya no danzaban lentamente por la pluma de su imaginación, ahora ya no había tiempo. Sentir, sentir, eso es lo que echaba de menos.
Abandonarse a la mera ilusión de la emoción, aquel viaje de sueños que se conectan con la sonrisa de la realización. Había huido del misterio de la incertidumbre que se experimenta al vivir el día a día, dejándose eclipsar por su elixir centelleante, aprendiendo a desgastar sus horas, a exprimir sus segundos y a extraer de cada minuto una lección futura.
Había olvidado que es preciso renacer cada día con un nuevo amanecer, sin dejar de mirar la luna al anochecer.
Había evitado involucrarse en el ahora, para pensar en el después, obviando el hecho certero de que la primera es una palabra efímera y la segunda quizás inexistente o simplemente impredecible.
Demasiados planes en el camino y pocas sensaciones impregnadas en el escote de la realidad.

Se había abrochado el cinturón de seguridad como medida de prevención, olvidando una vez más, que muchas prevenciones acaban por terminar ahogando, ante peligros inexistentes. Es mejor dejarse arañar por las garras de la experiencia, para aprender a sacar las uñas ante gigantes ensombrecidos que tratan de aspirarnos y tragarnos para siempre.

Déjate llevar, potencia al máximo tus sentidos, percibe el maravilloso aroma placentero del amor, agudiza el oído para deleitarte con la sinfonía del conocimiento.
No dejes de aprender, sé esponja que absorbe hasta la última gota de vida y sobre todo, nunca te ahogues ni te quedes sediento.

     
                                                                                                  G.Ferestradé

El mejor despertar

Sueño sin tí, sueño que sí, sueño que serás tú. No del todo, casi a ciegas, apenas un susurro. En un ataque inesperado, una leve contusión, una pequeña herida. Disparo a propulsión. El pecho abierto, sin protección.

Durante un instante, me tiembla el pulso, la sonrisa un poco también.La noche está oscura y no quiero huir. No quiero que tú lo hagas sin mí.

Te invento conmigo, te agarro y te tiro. Resbalas y caes. Yo no caigo contigo. Te pierdo de vista, no logro una pista y mientras tanto, silencio alrededor.

Escucho las sombras a la deriva, remuevo los restos del naufragio, no queda nada ya de tí. Y la espera vacía, se llena de agonía, tengo que seguir.

Apenas respiro, se congela el tiempo. Esto no puede ser real. Un viaje astral.
Soñando que sea sueño, abro los ojos y te veo amanecer. Dorado como el sol, sonríes y me abrazas. Un beso de buenos días. El mejor despertar en vida.

                                                                                                 G. Ferestradé


sábado, 15 de diciembre de 2012

En cada decisión, una duda


Me gusta demasiado el olor a recuerdo, su dulce aroma a nostalgia, a melancolía, a cualquier tiempo pasado fue mejor. Creo que soy adicta a él y lo echo demasiado de menos. 
Reconozco que tampoco se me da muy bien cerrar etapas, me acostumbro demasiado rápido a su rutina, al conformismo de saber qué es lo que te espera al día siguiente y al miedo de no querer cambiar de rol, de posición en el tablero.

Y, curiosamente, cuando se produce un cambio, la oportunidad de mejorar cualquier aspecto de nuestras vidas o simplemente de darles un empujón, nos entra la inseguridad, la fobia de poder ser otro yo haciendo cosas diferentes. Siempre pensamos que todo podría ir a peor, que probablemente donde estábamos antes, estaríamos mejor ubicados.

La paradoja viene cuando, hagamos lo que hagamos, creemos que nos hemos equivocado por completo con una irremediable convicción de los hechos como si fueran ciertos. Si decidimos seguir adelante en nuestro patrón, acabaremos hechos polvos dándonos cuenta de que teníamos que haber sido valientes y atrevernos a dar un giro inesperado que cambie el rumbo de nuestro futuro. Pero, si por el contrario, aceptamos caminar por un sendero desconocido y probar suerte, en cuanto nos adentremos lo suficiente en él, estaremos arrepintiéndonos toda la vida de haberlo escogido. Demasiados imprevistos, demasiados obstáculos por los que nos vemos superados.

Tras esta lucha interna, lo mejor es darse cuenta de que la felicidad que uno espera tras elegir no se encuentra tanto en la decisión tomada sino en las ganas de que esta decisión salga bien. Con esto y con todo, es difícil saber si uno va bien encaminado o no. Creo que no existen equivocaciones en este sentido; tan solo incertidumbre sobre lo que nos deparará. Lo más importante: nunca mirar atrás.

                                                                                                 G. Ferestradé